Estuvimos
más de una hora dentro de la casa en celebración
de los 15 años que Felisa cumplió. Disponíamos salir cuando la mama de la cumpleañera nos abordo cerca del umbral.
-¿ya se van? -preguntó doña Rebe.
-aun no- respondió Karla- solo vamos a
tirar la basura -era una excusa.
-está bien, pero antes quiero que sepan
lo siguiente -Doña Rebe hizo una pausa para tomar aire y dijo –mi hija enfermó por ella-.
Su
dedo acusador señalo la frente de María quien inclinó su rostro por pena,
asimismo un sentimiento frío desembocó
en sus ojos en forma de finos
cristales. Hubo un silencio fúnebre.
Todos
los muchachos nos sentimos lastimados por aquellas palabras sentenciosas. No esperábamos algo así de una persona que parecía una mujer santa y completamente benevolente. Sin más qué decir salimos apresuradamente de aquel lugar y nos sentamos en un pequeño bulto
de tierra y pasto que parecía esperarnos, a pocos pasos de la calle.
-¡qué mala onda!- expresó Isabel, evidentemente
molesta –exagera con lo que dijo.
-Si, qué mal –complementó Cristian–tan buena que parecía pero
como ven, de todo hay en la viña del
Señor.
-Eso es cierto –atisbó Elmer–mejor cantemos.
Todos
asentimos.
El
cielo estaba despejado. La imponente luz de la luna llena, nuestra cómplice, reducía
el frio de aquella noche mientras Samuel y su tía charlaban en una esquina del patio.
Las
canciones que entonamos de Tercer Cielo sirvieron para calmar la amargura que habíamos
hilvanado, en especial a María cuyas palabras habían tocado sus sentimientos.
Esa
noche todos aprendimos algo:
“No
confíes mucho en las personas pues las
apariencias engañan”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
deja tu comentario